Lunes, 22 Agosto 2016 12:51

Un militar en el Liceo Francia

Colegio de La Paz. Colegio de La Paz. Mariana Pérez

Julio de 1980, un colegio y el grito autoritario a través de un megáfono. Esto se guardó en la memoria de una madre que ahora, a pedido de la hija, la periodista Karen Gil, sale por vez primera como una forma de exorcizar el temor.

Karen Gil

Mientras esperaban que el timbre anuncie el recreo, las alumnas del primero de secundaria del Liceo de señoritas “República de Francia” escuchaban, algunas atentas y otras ya impacientes por salir al descanso, la explicación de la profesora de Lenguaje. Cuando la maestra intentaba cerrar una idea, su voz fue opacada por un ahhhhh que llegaba desde el patio del establecimiento. Eran los gritos de miedo de las alumnas de Educación Física que provocaron que las estudiantes del resto del colegio se sumaran al bullicio. Los gritos fueron contenidos por las docentes y por una voz que provenía del patio por medio de un megáfono:

—Señora directora Lili Machicado, haga salir a sus señoritas estudiantes con sus mochilas, sin meter bulla —dijo la voz tajante de un militar que había llegado junto con otros uniformados al colegio esa mañana de jueves 17 de julio de 1980, asustando a las estudiantes, entre ellas a María Gil, una chica de 15 años.

María y sus compañeras temblaban y el miedo les impedía hablar entre ellas. Guardaron sus útiles, se colgaron los bultos al hombro y temerosas bajaron las gradas desde el segundo piso hasta la puerta principal. Afuera, la presencia militar ocupaba las calles. Muchas de las adolescentes jamás habían presenciado de manera tan cercana un golpe de Estado, es más, algunas ni siquiera sabían lo que significaba, ni entendían lo que sucedía.

—Haga salir a sus señoritas estudiantes con sus útiles, como soldaditos, sin meter bulla —instruía la voz a la directora—. Que ni griten, si gritan o corren se les va a balear —continuaba la voz, probablemente, de un teniente. María disimuladamente logró ver al militar del megáfono.

Una vez abajo, para salir, todas las estudiantes hicieron filas en la puerta del Liceo Francia, ubicado en la avenida Chacaltaya, al inicio de la zona de Achachicala de La Paz. Algunos militares les preguntaban en dónde vivían y por dónde se iban. Las muchachas contestaban con timidez.

—¿A qué zona vas? —le preguntó un soldado a María.

—A Ciudadela Ferroviaria —respondió con voz entrecortada.

—Te correspondería ir por la Estación Central —le dijo la autoridad, pues allí había una parada de las movilidades que iban a la Ciudadela, barrio de ferroviarios que está en medio de la autopista que une La Paz y El Alto.

—No, yo voy por allá —contestó ella, que aún no se explica de dónde sacó fuerzas, y le señaló la pasarela que está a la altura de la Escuela Industrial “Pedro Domingo Murillo”—. En la estación las movilidades se llenan rápido y allí ya se vacía un poco.

El militar accedió no sin antes repetirle que debe ir directamente a su zona “sin darse la vuelta y sin correr”.

María emprendió su caminata mientras lloraba. Detrás de ella estaban posiblemente algunas de sus compañeras, pero no quería arriesgarse a comprobar si era así efectivamente.

Luego de atravesar la pasarela —que une a Achachicala con Pura Pura, a la altura de la Escuela Industrial y del bosquecillo— María se subió a un micro N, línea ya desaparecida. El micro estaba lleno, las personas hablaban entre ellas sobre lo ocurrido.

Desde esa avenida que está paralela a la autopista, María vio, por primera vez en su vida, varios tanques que bajaban desde El Alto hacia el centro paceño. "¡Ay! mis amores", dijo una vecina de la zona, que trabajaba en una dependencia de las Fuerzas Armadas, al mirar la presencia militar. Los pasajeros del micro no le dijeron nada solo la miraban con extrañeza, incluso su esposo.

Ya segura en su casa, María estaba más tranquila. Su mamá, mi abuela, le explicó sobre el golpe de Estado de Luis García Meza mientras ambas veían desde su patio a los helicópteros que sobrevolaban por su zona y por otras. María es mi mamá y aún recuerda que desde ese día no fue a clases por algunas semanas y que por su ventana miraba cómo el cerro al frente de su barrio se poblaba de carpas militares que controlaban el toque de queda.

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