Martes, 01 Septiembre 2015 19:24

En minibús por la 9 de Julio

El sueño del metrobús en Buenos Aires. El sueño del metrobús en Buenos Aires. parabuenosaires.com

Si la historia midiera a los pueblos por cómo se moviliza cotidianamente su gente, la de La Paz y Buenos Aires sería una historia sin hiatos; bien le haría a una reflejarse en la otra.

Abdel Padilla, periodista

Se extraña… La dictadura del dedito y la liviandad del “¿puedo aprovechar, maestrito?”, los nervios de último momento y hasta parar tres veces en la misma cuadra, se extraña. Dicho mal y pronto: se extraña la rutina del desorden.

Y es que para viajar por el Gran Buenos Aires, por Capital y desde sus provincias, hay que hacerlo a lo Borges: un poco lobo y medio perro gregario. Solo pero en manada, en masa pero sin líder. Cada quien enrumbado sin mirar atrás para no quedar convertido en sal en alguna de las paradas de vidrio.

Eso sí, tiene sus ventajas el subordinarse ante el dictamen de las paradas: esperar, hacer fila y abordar… Lo malo es el replay: esperar, hacer fila y abordar… dos, tres estaciones; una, dos, tres horas de viaje…

El metrobús porteño de caja automática es el hermano mayor del Puma Katari made in China. Los hay de dos y tres puertas, ventanas siempre abiertas. En el pedestal está el chofer, cariacontecido, panzón y mirada de buen tipo. ¡Pobre!, nunca tiene tiempo para saludar. Pienso que le falta su anfitrión chukuta.

En Buenos Aires no hay un parangón para el minibús paceño y hasta es difícil su definición: acaso Toyota adaptado hecho acordeón, donde antes cabían 12 “cómodamente sentados” hoy entran 15 amontonados, chofer incluido. Aunque nada mejor que un minibús, con sus grafitis tapa-parabrisas, para expresar la filosofía urbana de La Paz en clave criolla: “Tu envidia es mi fortaleza”; “cuatro balazos, ningún hachazo”; “mamita, cuidame desde el cielo”…

minibuses.

Minibuses en La Paz. Foto: www.swissinfo.ch

Del cielo es el teleférico. Cabinas colgadas como ganchitos de ropa que a los 45 metros del piso y más de 3600 del mar metabolizan la ansiedad en una paz fugaz. En el cielo paceño está permitido soñar. El teleférico es mucho más que un transporte, es el cable pelado en medio de la tormenta eléctrica del mestizaje chukuta, que amalgama dos ciudades que siempre fueron una: La Paz y El Alto.

Lo groso* en la capital argentina es el Subte, como en las películas: socavones iluminados de carteles publicitarios, ingresos giratorios, gradas eléctricas, puertas automáticas y uno que otro choro.

El Subte es la sinapsis necesaria del transporte porteño, donde la que manda es la muchedumbre de pie y de paso… El viajar no es un concepto que al Subte calce. En Buenos Aires se viaja por colectivo, por Subte sólo se pasa, se salta. Con algunos pesos argentinos uno puede rebotar de estación en estación cada dos o tres minutos. Lo único que hay que hacer es mimetizarse entre la multitud: sentados, unos; de pie y colgados en manijas de cuero y plástico, otros.

Donde uno viaja a sus anchas es en taxi, coche bicolor –amarillo y negro– de modelo reciente, asientos de cuero, aire acondicionado y taxímetro mata-cambio. Como en el cacho: lo que se ve, se cobra: el derecho de abordar (16,90 pesos, algo más de 9 bolivianos), el recorrido, los minutos en rojo y la espera, si hay más de una parada. Y no es que en La Paz estos rubros no se moneticen, la diferencia es el instrumento y calibre de la medición: en Buenos Aires, el taxímetro; en La Paz, el ojímetro. En ambos casos, los artistas son los del volante: el tachero y el maestrito.

Si la historia midiera a los pueblos por cómo se moviliza cotidianamente su gente, la de La Paz y Buenos Aires sería una historia sin hiatos; bien le haría a una reflejarse en la otra. Y por qué no, ver un día un minibús con su voceador y cartelitos tapa-parabrisas circulando, parando-parando, en la 9 de Julio, la avenida más de ancha del mundo.  

*Groso: excelente, óptimo, superior.

Visto 2927 veces Modificado por última vez en Miércoles, 02 Septiembre 2015 14:06
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