Jueves, 29 Mayo 2014 11:07

La Garita de Lima, a todo volumen

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La parada improvisada de minibuses, que recogen pasajeros desde la plaza Garita de Lima hasta la Ceja de El Alto La parada improvisada de minibuses, que recogen pasajeros desde la plaza Garita de Lima hasta la Ceja de El Alto Foto: Carla Hannover

En torno de la plaza principal de la zona 14 de Septiembre, en el noroeste de La Paz, el ruido alcanza los 73 decibeles por causa, sobre todo, de las bocinas de los vehículos. Las víctimas se exponen a sufrir males irreversibles, pues las células del sistema auditivo no se regeneran

Carla Hannover / La Paz

¡Beep beeeep!

Mis nervios se alteran y en cuestión de segundos una especie de rayo recorre cada rincón de mi cuerpo. Ni bien comienzo a tranquilizarme, otro extenso, más agudo y más doloroso ¡beeeeeeeeeep! me aturde. Estoy nuevamente de visita en la plaza Garita de Lima, de la zona 14 de Septiembre, unos de los puntos con mayor contaminación acústica de la ciudad, según estudios de la Dirección de Gestión de Calidad Ambiental de la Alcaldía de La Paz.

Y cómo no, si allí se congregan todo tipo de ruidos, desde los que generan los motores y las bocinas de los más de 1.300 vehículos que pasan cada hora por esta plazuela, hasta la música estridente de los bares y la de las bandas que suele animar con demasiada frecuencia entradas folklóricas callejeras. Si antes había puesto mi atención en la situación de los pacientes del Hospital La Paz, que se halla en el lugar, quienes se convierten en víctimas temporales del ruido, ahora mi mirada se ha posado sobre los comerciantes que rodean la plaza y los choferes que durante el día se encargan de elevar los decibeles de lo tolerable.

“¡Sale Ceja!, ¡Sale Ceja!”, gritan casi a coro cuatro adolescentes que ofrecen un espacio en uno de los minibuses estacionado frente a la plaza, justo en la acera de un distribuidor  que hace ya buenos años separa a los vehículos, pero con vendedoras asentadas en ese espacio. “Esto se ha convertido en la parada de los minibuses que van hasta El Alto”, protesta desde su puesto de abarrotes  Reyna Gómez, quien lleva poco más de dos años en el lugar.

Su vecina Sonia Llanos, una vendedora de frutas, la apoya. “Para estar aquí tus nervios tienen que ser de acero. Aparte de los bocinazos, los ayudantes y los choferes gritan todo el tiempo y se enojan si les reclamas”, señala mientras observa a su bebé de seis meses que duerme en una caja de manzanas acondicionada como si fuera un moisés. Llanos vende en ese punto de la Garita de Lima hace ya tres años. Su jornada comienza a las 8.30 y acaba cerca de las 20.00.

“La Garita era más tranquila, hace unos ocho o nueve años que se ha vuelto así de bulliciosa”, comenta Gómez. “Este puesto era de mi tía, que ahora está enferma; ocho años aguantando tanta bulla le ha afectado a los nervios. No quiere volver”, agrega la vendedora de 48 años, quien demanda la presencia de oficiales de Tránsito para controlar el uso de bocinas. Hay cebras municipales, educadores viales que intentan pero no logran que los conductores obedezcan.

Si bien estas vendedoras sienten en carne propia el estrés, ninguna sabe en detalle a lo que se exponen. De lo contrario, saldrían corriendo o quizá aceptarían de mejor gana el reordenamiento que planteó para ese sector la Alcaldía hace un par de meses y que su sector rechaza.

Un daño lento e irreversible

lpz hospLos puestos de venta imperan en los alrededores de la plaza Garita de Lima. Foto: Carla Hannover

La plaza Garita de Lima, ubicada al noroeste paceño, está rodeada de comerciantes, que diariamente venden carne de cerdo, frutas, abarrotes, tostados, discos piratas, ropa, jugos, enseres para el hogar y todo tipo de productos. Muy pocas aceras están libres para el paso peatonal, pues cualquier hueco es un potencial espacio para vender. En ese sector se ha registrado cerca de dos centenares de vendedores, entre los que tienen sus puestos fijos y los que deambulan con sus carritos. Todos ellos, sin excepción, soportan diariamente un ruido que alcanza los 73 decibeles, cuando 65 es el máxio permitido, según estudios de la Alcaldía, causado principalmente por los vehículos del transporte público.

“Las vendedoras de la plaza Garita de Lima corren alto riesgo de sufrir sordera”, explica Renato Bustillos, especialista en otorrinolaringología. El daño es lento, pero progresivo.

Zumbidos, dolor de cabeza, ansiedad y hasta trastornos digestivos. ¿Será todo esto la causa del malhumor de las “caseras”? “Es probable”, responde el especialista, “pues el escuchar los bocinazos, se está violentando el cuerpo y éste, al no saber cómo defenderse, responde inconscientemente con el malhumor”.

Lo grave del problema es que implica daños irreversibles, “pues las células auditivas no se regeneran. De hecho, disminuyen si la acción dañina del ruido es persistente”.

El lenguaje de la bocina

¡Beep! ¡Beep! ¡Beeeep! “Ay, maestrito, por qué insiste con la bocina”, pregunto al chofer del minibús. “Es que el de adelante no se mueve. Yo también tengo que cargar pasajeros”, reniega. Acto seguido, otro minibús se le acerca tanto por detrás, que está a punto de chocar. “¡Oye, Oye! A ver fíjate, retrocede o voy a destrozar tu parachoques”, le grita. Su humor me desanima a entablar conversación.

Los cerca de 10 minutos que permanece cada vehículo en la acera para cargar pasajeros se vuelve una pesadilla para éstos, para las vendedoras y para los mismos choferes. En ese tiempo, las bocinas no paran, pues cada quien la usa para llamar la atención de un posible usuario o para pelear espacio con otro vehículo y para apurar a un peatón.

Rubén Ledezma, jefe de la Dirección de Gestión Ambiental del municipio, señala que regular un sector como el de la plaza Garita de Lima, que se caracteriza por ser principalmente comercial, es un desafío difícil. “Se lo hará en una segunda instancia, luego de lograr resultados en el centro de la ciudad”, indica el funcionario al mencionar un proyecto que busca regular los bocinazos también en puntos específicos del barrio de Miraflores.

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