Miércoles, 11 Noviembre 2015 17:20

No es cuestión de perros

El autor de la nota entrevista a varias personas en Potosí. El autor de la nota entrevista a varias personas en Potosí. Iván Perqui Suárez Leaño, de la Fundación TeKo Kavi.

Amparados por el sol otoñal de Potosí, que da calidez al patio de la casa de retiros de San Juan de Dios, Rubén Mamani, Miguel Mamani, Lidia Aguilar y María Yolanda Delgado reflexionan sobre las reivindicaciones fundamentales para las personas con discapacidad. Ellos todavía se autodenominan así, a pesar de que poco a poco el sector está adoptando el concepto de “diversidad funcional".

Ojos que no ven / Potosí (Bolivia) - Valencia (España)

Rubén baja el volumen de su celular, del que sale música de Los Kjarkas, y cuenta que ser ciego en Potosí es “muy difícil”, ya que además de tener que hacer frente a la angostura de las calles y a la inaccesibilidad del transporte, tropieza con la incomprensión de la gente: “Nos ven como si fuéramos leprosos, a pesar de que todos sabemos que la ceguera no se contagia. Te ven con el bastón y se apartan", apostilla.

Lidia coincide con Rubén al señalar que tanto el transporte como la incomprensión de la gente, suponen un freno a su autonomía personal. Relata que casi siempre sale acompañada por su esposo, que tiene auto, pero cuando éste no está presente, o el auto se estropea y tienen que agarrar un micro, porque el taxi es caro y no se lo pueden permitir, comienzan los problemas. Es habitual que el chofer diga que para la silla no hay campo, señala. “Y eso que es mi derecho”, continúa diciendo. Ella sube aunque le digan que no, sostiene, y lamenta que muchas de sus compañeras se bajen porque es su derecho, aduce. También denuncia que últimamente los transportistas compran autobuses modernos que vienen de Japón y que están adaptados para las sillas de ruedas. “Ellos, para ganar más plata, suprimen ese espacio y meten más asientos”.

Rubén relata que más de una vez le toca salirse a la calzada y caminar por ella un buen trecho para poder agarrar el micro. Más de una vez, afirma, hay gente a su alrededor (que le ve con el bastón) pero nadie le echa una mano para poder acceder al micro, asegura, y coincide con Lidia al señalar que el afán de lucro de los conductores estriba en que no entienden que  pague menos que el resto de la gente: un boliviano, explica.

Richard Mateos1

Lidia habla de su lucha diaria para algo tan común y necesario como es usar el transporte. Foto: Iván Perqui Suárez Leaño, de la fundación Tecocabi.

María Yolanda y Miguel también denuncian la inaccesibilidad del referido sector, cosa que llama la atención del cronista, ya que ninguno de ellos utiliza perro guía para desplazarse y, a menos que al redactor le informen de lo contrario, ni el bastón de Rubén ni las sillas de Lidia y de Miguel, ni las manos a través de las cuales se hace entender María Yolanda tienen la posibilidad de emitir gruñidos, o de enseñar los dientes, o de ladrar, ni siquiera de ensuciar el vehículo (argumentos habituales para impedir el acceso a quienes se desplazan acompañados por un perro guía).

Un elemento nuevo sobre la incomprensión de la ciudadanía es el que apunta Miguel al referir que ésta empieza en la propia familia. Cuenta que a él, “cuando estaba entero” (utiliza silla de ruedas a raíz de un accidente), nadie le decía nada sobre su afición a acudir a fiestas pero, ahora, algunos de sus familiares le afean su conducta porque dicen que en su condición, tal afición no es normal.

También Lidia sintió el peso de la familia a partir de la pérdida de su integridad por un accidente de tráfico: “Aquí no vivíamos lisiados”, sostiene que le comentó una familiar cercana que rechazó su petición de construir una rampa para poder sortear las gradas que dan acceso a su cuarto. Es más, algunos de sus familiares acuden a argumentos teológicos para acusarla de no querer corregir su anormalidad: si creyeras en Dios, caminarías.

Lidia cuenta que algunas “personas normales” le expresan su lástima por su condición de madre anormal: “Pobrecita, tiene hijitos estando así”, afirma que le dicen en la calle. Ella explica que a la última, una niña que ahora tiene siete años, la tuvo en su condición de mujer no entera a pesar de que un doctor le explicó que como consecuencia de su accidente le sería imposible tener más hijos; a veces la gente le encaja alguna moneda para su prole y ella siente vergüenza, pero sus niños, haciendo gala de un pragmatismo que no conocemos los adultos, le dicen: “Mami, acéptalo. Así podremos comer caramelos y comprarnos helados".

María Yolanda interviene para relatar que ella también tuvo la osadía de tener un hijo siendo sorda. Se sintió indefensa durante su embarazo, porque no pudo contar con intérpretes para hacerse entender, y la única manera de expresar su impotencia era gritando, pero ellos no la entendían, explica.

En este punto de la conversación Miguel resalta que con frecuencia se dan casos de mala praxis médica, ya que la falta de especialistas y la ausencia de empatía "hacen que podamos ser lastimados o que se nos administre algún medicamento inconveniente para nuestro estado".

Discriminación

Las cuatro personas que participan en la charla son tajantes al manifestar que tanto en el transporte como en la calle (también en  centros hospitalarios y en otras instituciones) se encuentran con un problema de discriminación. Tal condición, la discriminación, palabra que sobrevuela nuestras cabezas desde el principio del conversatorio, es obvia, apunta Rubén, y se define en tanto que no se acepta lo obvio, esto es: que somos personas y que como tales nacemos, crecemos, comemos, nos reproducimos y sentimos, continúa Rubén.

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El autor de la nota registra las experiencias de Miguel. Foto: Iván Perqui Suárez Leaño, de la fundación Tecocabi.

Él tiene una anécdota para ilustrarme sobre el asombro que en ocasiones sienten algunas personas ("normales") ante su paso. Un día, me explica, se disponía a cruzar una calle (de esquina a esquina) y sus amigos se apartaron para darle campo. Cruzó y al disponerse a palpar la pared para cerciorarse de que había llegado a la esquina contigua a la que se encontraba, sus manos se toparon con algo inesperado, ya que en lugar de la pared, tropezaron con dos montañas, situadas en la parte delantera de una mujer(enterísima, ella) que permaneció callada a pesar de su llegada, y que se hallaba apoyada en la esquina referida. Nadie le dijo, cuenta Rubén, ni siquiera la portadora de las montañas, le inquiero, lo que arranca las risas del grupo. Risas, a partir de las cuales Lidia, cuenta que a ella, algunas personas capacitadas pero desconocidas, le preguntan sobre su deseo sexual, y por las posiciones más adecuadas para el acto, dada su condición.

Lidia, Miguel, María Yolanda, y Rubén, pertenecen a asociaciones que promueven la defensa de los derechos de las personas con diversidad. Rubén, forma parte de Adepo(Asociación de deportistas ciegos); Miguel, es de la asociación Divertad; Lidia, pertenece a Nueva esperanza, y María Yolanda, es la presidenta de Apsord(Asociación de personas sordas).

Las cuatro personas, participan en talleres, para el fortalecimiento personal, y el de sus asociaciones (en este caso, la Fundación Teko Kavi les impartía uno sobre el fortalecimiento político del sector), y, ninguno de ellos libra a las autoridades públicas de sus críticas: no apoyan que las personas con discapacidad podamos acceder al estudio, o a puestos en la administración (incumpliendo con ello la ley), sostiene Rubén; la gobernación no atiende a nuestros requerimientos de ayudas para que las personas sordas montemos casetas para vender nuestros productos dignamente, y tampoco destinan recursos para que tengamos intérpretes,  dice María Yolanda; rechazan nuestra reivindicación de asistentes para una vida independiente(algo que ya es posible en países como Dinamarca, o Nicaragua), apunta Miguel. Aunque también es verdad que hemos logrado algunas cosas, afirma Lidia: por ejemplo la Ley 223 que habla del acceso a los servicios públicos comienza a aplicarse. A paso lento, dicen todos, pero comienza a aplicarse.

 

Ojos que no ven es Richard Mateos, periodista que camina por el mundo con Mali, su perra guía. 

 

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